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TEATRO

POR: JOSÉ MUÑOZ COTA (✟)

(In Memoriam)

Pasar la vida ensayando el papel que, virtualmente, se debería representar en una función de gala. Y luego, la angustia de que los parlamentos se olvidan, los ademanes son duros, la voz de ha sublevado y se rebela a salir fresca y emocionante.

El papel principal, el de héroe de la tragedia, es tan difícil que por su lejanía se torna en imposible.

Nadie tiene derecho a soñar en lo distante mientras no disponga del sueño inmediato.

Una misteriosa conspiración, la de los silenciadores, se ha juramentado para impedir la libre actuación del aspirante a actor.

El día del estreno apetecido los nervios andan erizados como cactus en bruma. Hormiguean, pinchan como espinas. Al fin, el telón se levanta. Fiat lux. Todo marcha. Solo hay un pequeño inconveniente, lo eterno imponderable: ¡la sala está vacía! Los silenciadores han convencido a la gente para que no concurra al espectáculo.

Y sin embargo, hay que actuar. Los personajes olvidan las circunstancias. Cumplen con sus papeles. Se esmeran. Se superan. Se trascienden.

Así las escenas se suceden. El actor olvida que es actor y representa a su personaje. Él es su personaje. Es su pasión. Su compromiso, su angustia.

Cada actor agoniza declamando sus emociones. Ha desaparecido el autor de la obra, el director de escena, los decorados. El actor es todo el teatro. Vive y se desvive. Hasta que se cierran las cortinas y se apagan las luces. Entonces, el jadeante actor, recoge sus cosas en una breve maleta y sale a la calle.

Otra vez representa otra obra; pero ya sin su papel, sin el ambiente, sin la atmosfera. Todo es ruin y casero en la calle.

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