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ENFERMA CHUPAMIEL

POR: TEODORO COUTTLOENC MOLINA

Levantarse en las mañanas y ser recibido en la fraterna casa de don Enrique Rojas Geresano, más conocido como Chupa-Miel, es una experiencia plena de calor humano, que sólo puede darse allá, en ciudad Lerdo de Tejada, en el estado de Veracruz, la sonriente tierra jarocha que hace muy poco poseía veintidós ingenios azucareros y producía ella sola más del cuarenta por ciento del azúcar que se elaboraba en todo México.

Ya están en el comal las tortillas que doña Flor, Mamá Foy para los nietos, prepara con amoroso ánimo, las unta con mantequilla y las dispone en platos sobre la mesa por tercios o más, para que cada quien se sirva las que quiera, aunque debe advertirse que son más grandes que el tamaño de la palma de una mano. En la mesa también están la salsa de huevo, la longaniza asada, los bistecs de cerdo a la mexicana o de hígado de res encebollados con rajas de chile xalapeño, así como los infaltables frijoles refritos o hervidos enteros, en bala les llaman; el café o el refresco, porque ya desde temprano el sol calienta bastante y el viento ni los ventiladores dan abasto para refrescar el ambiente.

El carácter alegre de don Chupa y su esposa, levanta el espíritu de quienes los visitan. Por todo el día, cuantos sean de la semana, que lleguen familiares o amigos siempre son tratados así.

Para el medio día no faltan las botanas, los chicharrones, las salsas, la moronga y las picaditas, todo eso ampliamente salpicado con cervezas bien frías, heladas como la verruga de un esquimal.

De todos los días. Sí, de todos los días es esa dieta rivalizada por otras tantas familias del lugar. Todo mundo lo disfruta, hasta que un día…

A las siete de la mañana, al despertarse y dejar la cama, don Enrique dice a su esposa que se siente mareado. Nadie, ni él mismo, hace caso a ese síntoma tantas veces vivido por tantas personas en el poblado. Eso quiere decir que seguirá con su rutina diaria y en un momento dado, el vigoroso Chupa-Miel se desploma. La caída no significa para ellos gran cosa, porque despierta y, no sin dificultad, se levanta y se acomoda en una silla donde permanece sentado. Todavía está mareado, además de nervioso, con palpitaciones y zumbido de oídos.

Entonces, lo llevan al Seguro Social. Por fortuna este servicio médico en Lerdo de Tejada ofrece muchas ventajas: la atención casi inmediata, con buenos médicos, que saben de qué se trata su profesión y el servicio, que no antepone burocráticas exigencias a la atención de la salud.

Lo reconocen con oportunidad, ordenan análisis, le sugieren ver a un especialista y recetan medicamentos adecuados para iniciar el tratamiento.

Posteriormente, el especialista que es médico particular, lo ausculta, revisa el resultado de los análisis, coincide con los médicos del Seguro Social y le recomienda seguir el primer tratamiento, pero recetando otras medicinas que deberá tomar ya de por vida. Además, enfatiza en un cambio en los hábitos alimenticios: por su edad, ochenta años, debe suprimir alimentos duros de digerir como las carnes de res y de cerdo. Por lo demás, le asegura, es un hombre sano, aunque debe vigilar su presión sanguínea antes de que le vaya a dar lata.

Sin embargo, todo hombre que se siente sano, hace poco o nulo caso a las recomendaciones médicas y cuantimás cuando afecta aquello que nos gusta, especialmente las costumbres de las opíparas comidas y bebidas, razones terribles que se le dan a la recidiva y desde luego viene la recaída.

Pero esta vez la condición cardiovascular que aún no se presenta severa, lo hizo acompañada de otra enfermedad tropical causada por el mosquito: el dengue. Nuevamente a la atención médica y por fortuna otro buen médico en Xalapa lo trata y levanta en poco tiempo.

Todo lo anterior no aleja sino acerca la depresión, la tristeza. Otros factores que no toman en cuenta los médicos, influyen en la condición de don Enrique: han fallecido varios familiares cercanos, especialmente sintió la muerte de su hermano menor, hace apenas unos meses, y de una sobrina cercana.

Aquel hombre lleno de alegría y entusiasmo, hoy se recuesta y duerme a cada rato.

Nadie quiere que se acabe la risueña voz, la inquietud animosa de un personaje que es en sí mismo toda la riqueza del hombre de bien, la generosidad del veracruzano, la risa del cuenqueño; vamos, en una palabra, la alegría del gran Chupa-Miel.

Esperamos de corazón que la medicina preventiva a que se ha sometido nos lo devuelva con su bonhomía intacta. Sabemos que la edad a todos nos presenta limitaciones y esto lo aceptamos, aunque nos rebelemos ante la vida, lo aceptamos porque es una ley de nuestro Creador y a Él encomendamos la salud, el bienestar y la seguridad de don Enrique.

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