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EL CASTIGO DE LA REPETICIÓN

POR: JOSÉ MUÑOZ COTA

(In Memoriam)

Dicen que en épocas de Porfirio Díaz, en la prisión de San Juan de Ulúa, el peor castigo era el de la gota de agua. El espectro ahí confinado, de pie, sin movimiento, recibía isócronamente una gota en la cabeza.

Eran preferibles la locura o la muerte. La repetición rítmica hace daño. Horada hasta la médula

Todos los días me repito a mí mismo. No cambia ni un solo detalle de la imagen. Y no interesa que la vejez corroa: lo hace tan lentamente que no se nota sino con el paso de los años.

Conozco el color de las miradas, el rictus de la boca; la forma de ponerme de pie y aunque no me he visto caminar, tengo conciencia de cómo se mueven las piernas.

Ni siquiera se muda el registro de la voz de tenor abaritonado. Podría apostar -con posibilidades de ganancia- que me sé de memoria mi risa y también mi cólera

No hasta confesar -como lo hace Montaigne- “Que yo soy el protagonista de mi libro”, lo importante sería adquirir la capacidad para trascenderse siquiera una vez a la semana, digamos, los domingos.

Dejar durmiendo al Yo que es uno y salir corriendo a la calle vestido como Otro, diferente.

La gente no lo reconocería y esto sería lo mejor. Pasar inadvertido y no hacer reverencias con la voz meliflua.

-Buenos días, doña Margarita.

Ni siquiera mirarla, tan fea, y no hablarle, mujer tan sorda.

Se comprende que al desembarcar en un pueblo ignoto, ya cambiado el nombre de la fábrica, uno pudiera ser feliz. Por más que nadie sepa lo que es la felicidad, ni yo mismo.

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