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EL TÍO PELÓN EN XALAPA

POR: TEODORO COUTTOLENC MOLINA

Para quienes recuerdan el bar “Las Palomas”, de Xalapa.

Para que lo evoquen con nostalgia.

Una mañana, el Tío Pelón decidió visitar Xalapa convencido de que con su sabiduría e ingenio personales opacaría la fama de la culta ciudad veracruzana.

-“La Atenas Veracruzana” –pensaba- no será para tanto. En cuanto sepa las luces que me iluminan y la modestia que me adorna… ¿Atenas? ¡Puaf! Para Atenas la gloriosa población que me vio nacer y no lo ando propalando” Y se fue a Xalapa, llevándose un lonche de tacos de frijol con carne y una enorme pistola de madera muy parecida a las reales pero que ya no valía ni veinte pesos o treinta a lo más.

Al pasar por el palacio municipal de la capital de Veracruz, se le quedaron mirando unos policías muy serios.

-“Señores –les gritó- no crean que soy un malandro. Soy un caballero, no ladrón ni trinquetero” y se esfumó hacia una cantina que había visto adelante, llamada “Las Palmeras Descansan” y se sentó en una silla de la barra, porque las de todas las mesas estaban ocupadas.

Se sintió en armonía con el ambiente del bar, su olor y sus parroquianos en constante parloteo.

Pidió una copa y cuando más Calmado estaba, dispuesto a ingerir su licor, detrás de él se escuchó la explosión de un cohete de esos que llaman “palomas”, que, si bien era pequeña, el ruido que causó fue tremendo.

– “Ay, jijo’e mala” gritó espantado el hijo de la fortuna, mientras los demás clientes, el mesero y el dueño del lugar se agitaban bastante de la risa.

El Tío Pelón los miró impasible, de frente a cada uno, despacio para demostrar superioridad. Eso pareció surtir efecto pues todos callaron. El viejo sonrió inflándose satisfecho, cuando detrás de él sintió pasar una cosa negra, fuerte, rápida, gruesa y larga.

– “¡La víbora! ¡La víbora!” gritaron todos.

Como volviera a tener la misma sensación ahora por delante, y los gritos se repitieron, el Pelón se tiró al piso con miedo, besando el aserrín de la cantina.

Las carcajadas de todos lo señalaban insistiendo: “¡La víbora! ¡La víbora!”, mientras con harto temor, se recogía.

Entonces la vio pasar frente a él: era una boa de juguete que el mesero le arrastró cerca, entre risas y cuchufletas contra él y alabando al mesero a quien coreaban: “Tigre, Tigre”. El ruco permaneció allí cinco minutos rumiando su orgullo herido y pensando cómo lo vengaría.

Sorpresivamente, se trepó a la barra y de pie, blandiendo el pistolón de madera que llevaba, exclamó:

– “Se van a morir todos, jijos de la fregada”

La reacción general fue de susto; espantado empezaron a gritar pidiendo auxilio y a correr rumbo a la salida. “Tiene pistola. Va a disparar” gritaban.

En menos que lo cuento, el local quedó vacío y el Tío Pelón con la Pistola arriba de la barra. El dueño se le hincó: “Perdónenos la vida. Haremos lo que usted quiera.”

El pelón busco al mesero y le gritó: “¡Hey, tú, guárdamela” y le aventó la pistola que el otro no pudo siquiera cachar, así de medroso estaba.

El Tío Pelón aprovechó la sorpresa y cogiendo una botella de tequila añejo, salió rápido, riendo, de ese bar, alejándose lo más que pudo.

Cuentan que cerraron la cantina y pusieron una dulcería. Son los beneficios que trajo a la sociedad el Tío Pelón.

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