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UNA DE JOSÉ ENRIQUE

POR: TEODORO COUTTOLENC MOLINA

Porque nada ha cambiado desde aquellos años, más de dieciocho ya, en que José Enrique viniera a conocer y empezar a familiarizarse con la tierra de sus abuelos y su madre. Así, como lo hizo la primera vez, recorrerá el patio amplio, visitará las tortuguillas que su abuelo protege y ha logrado multiplicar en un pequeñísimo estanque.

El despierto mocoso animará al “Papi ’Chupa” – “Chupamiel” es el apodo completo que le impuso la gente del ingenio azucarero de San Francisco Naranjal, hoy sin actividad y en el completo abandono- le pedirá que lo lleve a pescar. Año con año, desde hace ya tres, lo consigue. Para algo le exigió cumplir su promesa de regalarle una caña para tales menesteres. Por eso aprendió a nadar allá en Xalapa, donde estudia y vive con sus padres.

Su forma de ser, su expresión, asombra o por lo menos atrae las miradas extrañadas de quienes le escuchan. “Parece adulto”, dicen, y permanecen oyendo sus palabras, sus juicios, manifestados sanamente.

Cuenta la abuela “Mami Foy”, que apenas hace dos noches regañó con su esposo Chupa. Entonces, con dos de sus nietos al lado, profirió: “Ya me tiene harta. Ese Chupa se tiene que ir de esta casa. Lo voy a echar”. “Sí, que se vaya de inmediato” acotó al percibir el interés de los pequeños. “Ya no lo quiero tener aquí. Que se largue de inmediato” gritó para que la oyeran mejor. José Enrique la miró gravemente y le dejó ir la sentencia: “Te vas a arrepentir, “Mami Foy”, y no por lo de ahora”.

La abuela no hizo caso y el niño prosiguió: “Muy pronto te vas a arrepentir, Mami Foy; lo que pasa es que falta amor”

-“¿Cómo?” Exclamó la abuela.

-“Que hace falta amor. Tú te vas a arrepentir de muchas cosas. Porque no se puede vivir solo. Y es muy triste morir solo”.

-“Lo que yo quiero es que se vaya. No quiero verlo” le replicó la abuela.

-“Y a dónde quieres que se vaya? No le tienes amor y así se morirá solo. Pero eso es muy feo”.

-“Que se vaya con uno de sus hijos” “¿Y con cuál?” “Que se vaya con Susana”. “Bueno, está bien” aceptó José Enrique. “Mejor con Arturo” terció Valeria, la pequeña hija de éste.

-“Y por qué no con Enrique” terció otro nieto.

-“Es que con Enrique se queda aquí mismo y lo estaré mirando todo el tiempo. Es como si no se fuera” exclamó ya enfadada la dueña de la casa.

-“Ahora que vengan mis papás les contaré que he comido muy bien y me acuesto temprano. El juego en la televisión lo uso poco; o menos que en Xalapa. Eso ya es bueno”

-“La idea se da a despecho de que los nombres quieran o no” dice el chiquillo – ¡Nueve años! – como reflexionando con profundidad.

Se queda cavilando el niño con sus escasos años, esperando que la magia se vuelva realidad y le crean todos los pequeños embustes que ha fraguado para convencer a sus padres de que ya puede volver a Xalapa lo más rápido posible.

Los mosquitos revolotean zumbando por las orejas, pican cada espacio de piel, desde los tobillos, y sacan sangre de todos lados. Los relámpagos de la tormenta, a unos cuantos kilómetros de Lerdo, iluminan el cielo brevemente dibujando en las nubes el futuro de la noche con tonalidades azules.

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