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Si el pueblo tiene hambre, “que coma pastel”.

La situación actual de las mayorías no solo en el país si no en todo el orbe, se la debemos a la ambición de unos pocos que siempre han dispuesto a su libre albedrío de la economía y bienes que deben corresponder equitativamente a todos. A semejanza de los que integran la antigua realeza gobernante, existe una serie de individuos enfermos de poder a los que nada les importa el sufrimiento del prójimo, sus fines consisten en saciar sus apetitos y voracidad de todo tipo, produciendo con ello una mayor distancia entre los pocos que tienen en exceso y de multitudes que siguen sin poseer algo.

Las ideas revolucionarias y liberales, al actualizarse, adquieren una vitalidad mayor, más cuando experimentamos en carne propia el arribo al poder de personas singulares, seres sin escrúpulos, sin patria, nacionalidad ni conciencia que, respaldados y basados en el monopolio de poder político ahora ejercido por hombres de negocios, empresarios y políticos incondicionales, convenencieros u huérfanos de ideas de ese ejercicio o gente del pueblo, individuos capaces e inteligentes, muchas de las veces mejor preparados, no solo en el conocimiento de nuestro entorno y posibilidad de dar solución a los problemas existentes, sino que cuentan con mayores cualidades para el éxito en las elecciones que coadyuvan en beneficio de las grandes masas poblacionales. Para muestra observemos a los funcionarios federales y estatales que, con sus honrosas excepciones, confirman lo antes asentado.

Ante estas circunstancias surgen con ímpetu inusitado las ideas liberales y diversas inquietudes revolucionarias, pensamientos benefactores del hombre que dan forma y consistencia a las sociedades modernas, ideas que al concretarse se convierten en acciones que pugnaran por el respeto y apego a  las leyes, no al sometimiento a leyes hechas a la medida del gobernante, sino a leyes que inquieran y definan el interés general para restablecer y ponderar los valores que encierran y contienen los derechos universales innatos al hombre: libertad, igualdad y fraternidad.

El absolutismo pretende echar raíces en el territorio nacional, para ello cuenta con sus tradicionales aliados: el alto clero, que multiplica conmemoraciones religiosas para distraer los ocios y desvía el descontento que prevalece en cada uno, así no sentiremos brutal escala de precios en los productos de la canasta básica, energéticos y servicios, total si el pueblo tiene hambre “que coma pastel”.

El saqueo impune de las riquezas del país continúa y los pocos hombres y mujeres que se oponen a ello siguen sucumbiendo, por lo cual es necesario utilizar la razón. Diderot, afirmaba que este “esclarece todos los derechos del hombre”, sólo así, no hay de otra, nos sentiremos dignos mexicanos, orgullosos de nuestra existencia y más de heredar a nuestros hijos una basada en la dignidad, el coraje y no solo dinero y poder a costa del sufrimiento y dolor de nuestros semejantes.

“Todo era para el pueblo, pero sin el pueblo”.

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