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NUESTRA CIUDAD CONTAMINADA

POR JOSÉ MUÑOZ COTA (✟)

Ha pasado ya mucho tiempo desde que la elegante prosa de Alfonso Reyes, consagró al Valle de México como “la región más transparente del aire”. Ahora, pudiéramos repetir los versos clásicos: “Estos Fabio, ay dolor que ves ahora/campos de soledad…”

Porque nuestra capital sepultada bajo la pesada maldición del smog, sufre y se debate, abrumada por el exceso de población; convulsa por la locura de los automóviles –san automóvil según la novela de Jorge Ferretis-. La vida transcurre vertiginosamente. Los relojes han enloquecido. Tantas idas y venidas han hecho difícil, confusa, agobiante, la tierna región más transparente del aire que cantó el perfecto hombre de letras que fue Alfonso Reyes.

Pero la contaminación ambiental es el precio de una violenta civilización y el crecimiento sin medida de la población. El precio de una violenta civilización es el costo que se tiene que pagar aunque en este precio intervenga la salud de los ciudadanos. No siempre se pueden separar civilización y cultura, nos advirtió Antonin Artaud.

El sentido fáustico que caracteriza a nuestro tiempo nos ha precipitado por la cuesta de la tecnología, del maquinismo, hacia el abandono y traición a los modales simples de la naturaleza.

Así lo ha sentido y definido el hombre moderno, preso en la red de una existencia sofisticada y hasta absurda.

Sin embargo, frente a la enfermedad hemos de confesar que en gran medida el hombre moderno no halla un pronto y expedito remedio.

La contaminación ya no es una amenaza, es una realidad pavorosa, no ha sojuzgado solamente al aire; su oscuro reinado se ha extendido al mar y no ha respetado ni siquiera las entrañas de la tierra.

Los libros especializados, al efecto, relatan cuestiones alarmantes. La contaminación está en los productos frutales de la tierra; en las verduras, en la leche y el padre mar ha contaminado su aparato circulatorio con el pausado envenenamiento que le inyectan los desperdicios de toda índole. Luego, complementando este lento suicidio, los ruidos conspiran contra la salud, los famosos decibeles rompen el numero de lo permitido y, naturalmente, la falta de higiene en los amplios cinturones de miseria que oprimen al Distrito Federal.

Entonces, claro está, pensamos en la reforestación trepidante de los montes; en cómo hacen falta pulmones que rodeen la urbe. Árboles, árboles, más árboles, aunque esto deteriore el monto de las ganancias de los talamontes.

Hace unos cuantos años criticábamos cariñosamente el macrocefalismo de la ciudad de Buenos Aires, pero ahora nuestra ciudad ha alcanzado y rebasado los índices de la superpoblación y, pese a la buena voluntad de algunas autoridades, los montes presentan un caserío nuevo, carente de todos los servicios.

Pero, ¡cómo detener el crecimiento demográfico! Cuando en nuestro medio social de escasos recursos privan tantas herencias atávicas: el maldito machismo que se manifiesta –tontamente- en el número de hijos que se tienen con dos o tres mujeres; la religión, cuyos conductores no han acabado de entender que no es humano, nadamas humano, seguir trayendo hijos al mundo que no tienen, que no van a tener una vida medianamente feliz, y que serán, tarde o temprano, la carne de cañón de la vagancia y la malvivencia. Porque sería conveniente exigir a la iglesia escuelas y desayunos para estos seres inocentes que no han pedido venir al mundo a sufrir. Y que no nos salgan con el cuento de que Dios así lo quiere. Hay una máxima que reza: “ayúdame que yo te ayudaré”.

Y, jugando un poco, en este asunto que es de sí tan doloroso, sería bueno poner un impuesto fiscal por cada niño que nace. Tal vez entonces los futuros padres lo pensarían dos veces.

La gente angustiada, busca desesperadamente un pequeño espacio para vivir, y vivir implica un empleo y una pequeña vivienda. Se necesitarían fuentes de trabajo en la provincia para poder subsistir en ella, evitando las cotidianas marchas a las urbes en busca de vida.

Queremos que no se sigan lotificando los cerros que aún quedan como refugio arbóreo. Deseamos que se respete el Ajusco evitando que se convierta en un desorganizado centro poblacional.

Mañana, tal vez algún mañana México vuelva a lustrar su título de la región más transparente del aire.

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