ColumnasEstatal

LA TENTACIÓN DE LAS LETRAS

POR: JOSÉ MUÑOZ COTA (✟)

(In Memoriam)

Las letras no obedecen a una vocación; son una trampa de la soberbia. Hay que elevar con letras un castillo, para ser señor y participar del poder y del halago.

Lo grave es que no encuentro una persona, y menos un motivo, a quien echar la culpa.

Siempre saqué notas bajas en caligrafía. Fueron torpes las manos desde entonces y, sin embargo, caí en el laberinto de las palabras, laberinto del cual no se sale y no hay Ariadna posible que nos guie para hallar la salida

No creo que Minotauro me devorara, mas prefiero conjeturar que yo lo mate y me lo fui comiendo trozo a trozo, durante un largo cautiverio que todavía hoy no concluye.

Recuerdo que mi maestra de primaria se llamaba Esperanza Martínez. Era aérea, transparente y nosotros, los conjurados del ruido, la amábamos por angelical. Andaba pisando el are no la tierra; sus voces repicaban aromas: catedralicias como un bosque.

Y fue ella, seguramente, la que con tono profético me anuncio: tú serás escritor, que fue mejor que cuchichear: tú serás rey.

Yo podría construir patrias fantásticas, mares sinfónicos, horizontes venaderos. Dibujarás monarcas y mendigos y, apremiado tu corazón, repetirás el Génesis…

Pude ser zapatero, sastre, mecánico, carpintero; pero obedecer el mandato de los dioses y preferí el oficio de bucear diccionarios y sacar pececillos de plata.

Las voces, como niñas reprimidas, son afectas a la sorpresa. No se sabe definirlas. Son jabonosas y resbalan de los dedos. Hay vocablos mal educados, retobones, huraños, como gallos de pelea con espolón reluciente.

Pero no son de entrega fácil y, además, la gran cuestión no termina cuando ya se las posee, porque entonces hay que reunirlas, una junto a otra, logrando que la semejanza repita por frotamiento, el milagro de Prometeo: el fuego

Y buscando el fuego es frecuente que uno se queme la mano y con la mano en llamas no sea sencillo continuar la frase que, al fin y al cabo, siempre perdura trunca, en estado imperfecto, mal criada la palabra, inconclusa…

Ahora que soy profesor de literatura no puedo imitar a la maestra Esperanza Martínez. Los alumnos no requieren saber caligrafía inglesa. Ya casi nadie escribe a mano. La máquina de escribir, con su magia blanca, ha substituido la romántica figura del literato frente al misterioso tintero, agitando la pluma veloz como un cazador siguiendo el rastro del tigre.

Con todo, ¡no me considero en el taller de literatura sino un tímido aprendiz!

Comparte si te ha gustado