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FORMACIÓN PERSONAL

POR: JOSÉ MUÑOZ COTA (✟)

(In Memoriam)

La infancia, la primera, está narrada bajo la palabra de honor de los parientes o de los amigos.

Según ellos uno dio el primer vagido en una fecha exacta según su juicio y dio su primer mal paso y dijo la palabra inicial.

Verdaderamente, nadie sabe su historia sino a partir de años ya muy avanzados; y sin embargo, todavía en lo que toca a esta época, hay que precaverse de las travesuras de la memoria, empeñada, como cualquier mago, en ocultarnos la verdad y dar la propia versión de lo imaginario.

Hay que suponer la mitad de la historia escrita porque ignoramos lo que nuestros héroes hacían al abandonar su recinto de heroísmo y devolverse a su papel de hombres comunes y corrientes.

Nos han subrayado los hechos notables, pero no nos descubren las minucias de la existencia. Porque, en resumidas cuentas, el heroísmo es un traje de luces que sólo se usa los domingos y los días de fiesta.

Esto desilusiona un poco. Es cierto. Pero el hombre no es panadero durante 24 horas consecutivas, ni poeta, ni pintor, ni varón que modela la historia sin desmayo.

Hay algo extraordinario: el hombre es un centro de bifurcaciones y una víctima del imperio de las perspectivas.

Hace muchísimos años, cuando todavía concurría al cine, me intrigo una película: El ciudadano Kane. No sólo por su fotografía, en perspectiva curvilínea, no sólo por la actuación del monstruo Orson Welles, sino por el argumento en sí. El Ciudadano Kane es la esquina en donde confluyen diferentes, y hasta opuestas personalidades. Y al morir, uno sigue preguntándose ¿Quién era el ciudadano Kane?

He desempeñado oficios disímbolos: escritor, maestro, político, orador y diplomático.

No coincidieron las gentes en la formación de mi conducta y menos en la de mi vocación. Empero, la suerte -en términos generales- ha sido benigna y si no llegué más alto, no puedo culpar al Destino, ni a la Suerte, sino a la inconstancia de mi carácter

Tal vez tuviera razón aquella despeinada tía de Cecilia, primer proyecto de noviazgo, cuando me dijo peyorativamente: que la cuerda de mi voluntad estaba rota.

Y claro, lo que llamamos genio es simplemente la paciencia.

Es probable que la santa influencia de mi abuela -yo soy hijo de mi abuela- anduviera por mi sangre, cuando decidí, movido por la fe, próxima al fanatismo, que yo había sido llamado por el Señor y corrí a estudiar al Instituto Metodista Mexicano, como aspirante al apostolado evangélico.

El contacto con la ausencia de fe, y con cierto desparpajo en la conducta de mis compañeros -de mayor edad-  rompieron mi fe y me impulsaron a huir de la escuela.

Sin embargo, afirmo que siempre, desde entonces, traigo una catedral sumergida, que padezco “nostalgia de Dios”. Sufro un instinto de infinito. He estado frente a la Tierra Prometida, pero tampoco a mí, se me ha permitido la entrada.

Ahora, que he clausurado el espejo cotidiano, me pregunto: bueno, y después de todo, ¿qué diablos soy?

La gente me aplaude como orador; he sido un buen maestro en función de que amo a la juventud; fui regular diplomático a quien los trajes de etiqueta no le sentaron bien al cuerpo; apasionado político, equivoqué el ejercicio de la oportunidad, o del oportunismo, y me coloque siempre al otro lado del escritorio.

Ahora, no tengo poder ni poseo dinero o bienes. Blasono de mi dorada pobreza y aduzco, como justificación de mi descuidada conducta, mi afición a la filosofía de Krishnamurti: el descondicionamiento, hasta donde es posible.

Anduve a salto de mata por los huertos del amor. No quiero decir, por hombre, las cosas que ellas dijeron. Me porté, como quien soy, un gitano legítimo. Estas líneas de García Lorca me evitan la pena de unas confesiones que la memoria no quiere sacar del olvido.

Al fin, encontré a Alicia. Veinte años más joven. Hemos profesado el amor en libertad, pero proseguimos juntos, con un hijo ya mayor en edad y en sabiduría y con cuatro nietos que desempeñan el gozoso papel de ser cuatro anclas para el corazón viajero.

Me han jubilado por ser un enfermo demasiado dulce. Sigo como colaborador en periódicos y revistas, y dicto conferencias cada vez que me las solicitan.

Ojalá y no hubiera publicado tanto libro. Con todos ellos, tal vez, hubiera podido armar uno solo; pero entonces no había leído aun a Rainer María Rilke y los consejos que trae en los Cuadernos de Malte…

No podré, definitivamente fuera de mi alcance, morir a mi antojo lo que me falta de muerte. Como dice el poeta López Yánez, mi amigo.

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