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EL USO DEL PODER NO ES UN INSTINTO

POR: JOSÉ MUÑOZ COTA

(In Memoriam)

Repugna la teoría que arranca de la tesis de que el poder constituye un instinto y el más fuerte.

Tanto seria aceptar que el hombre es una bestia irremediable. No es así. Cuando la ciencia ha demostrado -sobre todo observando la sociología de los animales- que la acometividad, la guerra, la lucha, no se verifica entre miembros de una misma especie, sino sólo contra otra especie, entonces, se ha llegado a la triste evidencia de que sola mente el hombre guerrea contra otros hombres de su misma especie.

¿Obedece esto a la necesidad de los instintos de poder? ¿La lucha por la vida, la supervivencia del más fuerte, son dos principios imperativos en la existencia humana?

¿Tendremos que interpretar las primarias manifestaciones del egoísmo como síntoma inequívoco de este instante primario del poder?

Repugna esta tesis. Más bien, habría que observar hombre cuando en algunas circunstancias difíciles, digamos frente a un niño que se está ahogando, frente a una anciana desvalida en un incendio, y en mil pequeños o grandes hechos que calificamos como heroicos, desdeña su propia conservación, no mide las consecuencias, supera sus egoísmos, y se lanza por los misteriosos senderos de la solidaridad que si es, positivamente, un instinto vital que la sociedad humana, en su duro bregar, en la lucha impecable de sus ambiciones, lucha por el poder, por la dominación, por el gobierno, ha enterrado en los rincones más oscuros de la subconsciencia.

Afirmo que en el subconsciente está, latente, el instinto de la solidaridad que modifica, cuando sale a flote, cualquier reclamación egoísta y supera el reclamo de la lucha por la vida y la supervivencia del más fuerte.

De otra manera: el hombre está hecho con levadura amorosa, en su almendra está el amor, en la esencia de su existir, solo que el medio, la educación, la sociedad, el autoritarismo el gobierno, etc., han soterrado su capacidad amatoria hasta hacernos creer que es el odio, y no el amor, la suprema razón de ser de la vida y la convivencia humana.

No es un contrato lo que reúne a los hombres, es la simpatía -sentir con-, la identidad espiritual, la urgencia amorosa, el reclamo del apoyo mutuo por afinidades, la imprescindible lección de la armonía universal. Un contrato es obra cerebral, la convivencia en síntesis: pensamiento, sentimiento, emoción y suma de amor y armonía.

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