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EL LENGUAJE POLÍTICO

POR: JOSÉ MUÑOZ COTA (✟)

“La lengua, este órgano tan pequeño que puede hacer tantas cosas”, así clama Santiago en su Epístola Universal.

La palabra –espada de dos filos- sigue siendo el hachón que no humea. Sólo que la palabra –acorde con la expresión de Lombardo Toledano- al igual que las monedas, pierde con el uso, el brillo original de su cuño.

Vagan –como almas en pena- las palabras gordas, justicia, libertad, democracia, y también las voces flacas se arremolinan confusas y desbaratadas; manifestaciones; parodias cesaristas; conceptos tenebrosos; partidos…

Alguien, carente de carisma, descubre, como táctica de lucha, la novedosa consigna de ganar la calle; otro, con el sentido común de Sancho, recoge sus armas de combate con cautela, y espera humildemente la llamada del destino para ser invitado al festín de Baltasar.

Solamente el Dr. Pero Grullo, sumido en su laboratorio, se ha dado cuenta que el único derrotado -¿Cómo siempre?- ha sido el pueblo.

La suma de los votos, depositados en las urnas, revela que un enorme porcentaje de la población nacional dejó de concurrir a la ceremonia cívica.

Más de la mitad de la población –se nos ha repetido- está integrada por jóvenes; el número de mujeres es decisivo, entonces, ¿Qué ocurre con estas fuerzas de poder? ¿Por qué no se dejan sentir, precisamente en el momento en que las especiales circunstancias abrieron los espacios para la acción conjunta?

Este es un extraño fenómeno social que puede conducirnos a una serie de elementales reflexiones, las de un paseante observador:¿esta parte del pueblo, por qué se abstiene?, ¿Dónde están los jóvenes del movimiento revolucionario? Y ¿la pujanza de las mujeres?

Exactamente porque la abstención es un efecto y no una causa, precisa de una radiografía que concrete el mal.

Extremando la prudencia durante el análisis, podría conjeturarse en primer término, que estamos padeciendo una creciente burocratización.

El burócrata puede ser, circunstancialmente, un trabajador calificado sin conciencia de clase, sin ideología y, por ende, sin mística de ningún género.

(Esto podría observarse aún en el seno del PRI, donde el llamado Movimiento Juvenil no cuenta con un núcleo de elementos jóvenes)

Esto podría deberse a la ausencia de una afiliación personal, a los pésimos líderes, a los manejos inciertos y, desde luego, a presupuestos raquíticos.

Es un hecho sin discusión, que la masa ciudadana que se abstiene, lo hace porque ha perdido la fe en el ejercicio del sufragio efectivo, o porque carece de pasión política suficiente como para poner su vida al servicio de una causa.

Las razones que han coincidido para crear y fomentar esta apatía cívica, son tan numerosas que se requeriría un estudio serio para examinarlas y cuantificarlas.

(Una anécdota vivida: estando en Paraguay, en el desempeño de una comisión, ocurrió que, por diversas circunstancias, se desató la guerra civil. El Partido rojo –el popular- llamó a sus miembros a filas. El Partido azul, -conservador- se había amotinado.

El toque de guerra era una polka cuya letra decía: “Colorado, colorado, colorado es mi partido; colorado, colorado, colorado yo he nacido…”

Entonces el empleado guaraní que manejaba el automóvil de la oficina, se despidió. Fueron vanos nuestros argumentos. “Es mi partido –me dijo- el partido de mi padre, de mi abuela, el mío…)

Los partidos políticos viven de la fe de sus creyentes, del talento y la limpieza moral de sus conductores, de la claridad de su lenguaje.

Un partido es una pasión en marcha, una voluntad en pleno combate. Y, naturalmente, los partidos políticos son necesarios, indispensables, impostergables.

Buscar las líneas de conducta de interés general, los principios humanos y humanitaritas, los imperativos patrióticos, las reglas de la convivencia pacífica, bueno esta sería la columna vertebral de la vida en común.

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