EL FINAL DE UN MATRIMONIO.
Por Teodoro Couttolenc Molina
Cuando el matrimonio ha sido de vida en común, los dos esposos tienen las mismas relaciones, los mismos amigos íntimos y todo mundo los conoce. Nosotros no tenemos desde hace muchos años una situación similar. Conoces gente que ni en sueños he visto, tienes amistades con las cuales no he cruzado palabra jamás. ¿Cómo podemos ser un matrimonio aún? Si buscamos en lo profundo la relación ya no existe, no subsisten los elementos que hacen vivir todas las relaciones. Mucho hace que no deseo besarte. Actualmente somos extraños el uno del otro. Cuando en una pareja pervive el amor, si se encuentran los ojos se abrazan las miradas y se acarician el cuerpo con el fuego del alma. La palabra que se dirige a la pareja la envuelve con calor, con ese suave terciopelo rosa que los poetas dicen llena de luz y de ventura las moradas secretas de la conciencia y encienden fuegos artificiales en cada arteria y convierten en lava cada gota de la sangre. Pero cuando nuestros ojos se topan prefieren mirar a otro lado. Es que el interés interno ha muerto. Yo prefiero no hablarte, tu voz la escucho ríspida y sin ritmo y junto a ti mi sangre permanece como agua en el antártico. No creo que debamos castigar nuestras presencias que se insultan. Ya no, por favor. Dejemos las cosas como están y vale decir como fueron. Hubo fuego, voces y miradas. Pero todo eso lo apagamos, conservemos ese recuerdo y después… el tiempo, sólo el tiempo. Porque es de veras terrible alentar lo que no puede ser, hemos rebasado los dos todo cuanto podíamos tener a nuestro alcance. Un matrimonio real tiene las mismas mañanas porque comparte las noches oscuras o claras, frías o tibias. Porque todos sus días son de amor y aunque haya problemas los comparten, los afrontan y los resuelven juntos. Pueden tener dolores o alegrías pero ambos son compartidos.