ColumnasEstatal

EL ESPADÍN DEL ABUELO.

POR TEODORO COUTTOLENC MOLINA

Jugando en la parte trasera del patio, un primo apenas 3 años mayor que yo, Armando, trepó en uno de los ciruelos. Su intención era llegar a la parte más alta del árbol pero con su peso la rama donde estaba se desgajó. Al caer Armando se asió con las dos manos de otra y al hacerlo lanzó tal alarido que a todos espantó. El niño se soltó y cayó al piso desmayado. Como me enteré después, se lesionó los tendones de los brazos, y por esa causa tuvieron que operarlo para cosérselos. Lo visité y alardeaba sobre su operación, la cual le había redituado una moneda de un peso plata, una pequeña ametralladora de juguete que “echaba chispas”, y la licencia de tener junto a sí el espadín de mando de su abuelo. Debo haber tenido entre tres a cuatro años, pero desmañado y canijo que era, me sobrepasaba en tamaño. No obstante, quise tenerlo en mis manos y se lo pedí. El peso me venció y entre las risas de mis tíos, sus padres, caí al suelo con la “enorme espada”.

 

Comparte si te ha gustado