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DIALOGO CON LA MAQUINA DE ESCRIBIR

POR: JOSÉ MUÑOZ COTA

(In Memoriam)

 

Me dijo el maestro Morales Campos: un escritor es como un podador de palabras.

Las yerbas crecen sin consideración, hijo mío, y el arte de la escritura consiste vigilar que los adjetivos no ahoguen el crecimiento de los términos esenciales.

Es arduo esperar a que los sustantivos maduren para cortarlos del árbol, ni antes ni después, en el momento exacto.

Los principiantes sucumben a la tentación, por miedo a los espacios libres, de multiplicar las voces, de enarañar las bifurcaciones del lenguaje.

Nadie va a creerlo, pero estas hazañas parecen travesuras propias de la máquina de escribir.

Tuvo razón la sobrina de don Quijote, cuando anduvieron espulgando la biblioteca del manchego: los encantadores se esconden detrás de las letras de un libro; pero en igual forma, nadie podría jurar que no juegan con las teclas de la máquina de escribir y hacen decir cosas al autor que no concibió en horas de vigilia.

¿Es factible el diálogo entre la máquina de escribir y el autor principiante?

La máquina, cómplice de los asaltos al silencio, que no debiera ser violado; testimonio del desencanto de Dulcinea, revelada, en persona, como mujer elemental, entrada en carnes, mal ajuareado el espíritu; aldeana fea; soltera quedada.

El amor embellece al vocabulario. Lo señaló valientemente Enrique Heine: “la más comprometida Magdalena, volvió a ser virgen en mis brazos”.

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