¿CUANTOS AMIGOS TENGO?
POR: JOSÉ MUÑOZ COTA (✟)
(In Memoriam)
El concepto de amistad gusta de andar por la cuerda floja, siempre a punto de caer. Ama el peligro. Acerca la mano al fuego. Se quema con frecuencia y entonces, con su dolor, se confunde y vuelve ansioso la cabeza para implorar la presencia de un amigo.
¿A quién podemos estimar como a un amigo? Porque el amigo no es, siempre, un compañero de trabajo, como no lo es el viajero que circunstancialmente, acompasa sus pasos a los nuestros solo durante una jornada, o buscando el calor amical de una taberna donde se ceban charlas y chascarrillos.
No es amigo, entrañablemente no, el camarada de partido o el correligionario, cofrade de un dogma, de un rito o de un manifiesto. Es algo más profundo, más íntimo, más metido en los quehaceres del corazón
Esta es la palabra clave: corazón. Y es tarea vana la que predicó Paul Valery – acerca de la poesía- de huir de la anécdota del sentimiento, de la rosa y de la luna, porque el ser humano no puede huir de su sombra ni de su sensibilidad.
Cultura es sensibilidad, proclamó Malraux. Hay que creerle.
Pues bien: los antiguos indios aztecas -que si conocían la yerba- definieron hermosamente a la amistad -que es sentimiento- como un préstamo recíproco de corazones
Ya en este plano: ¿Cuantos amigos podríamos tener ya pasados sus nombres en limpio?
¿Y cuantos hemos tenido y se fueron, distanciados por la miopía del corazón?