CANCIÓN DE ALBORADA
POR: TEODORO COUTTOLENC
Una canción le duele a la alborada.
Nace en el confín del firmamento,
lecho sin fin de luces y escozores
con espasmos de sierpe,
de carne y de lamentos.
Feraces,
tus pupilas apremiantes
columbran entre los árboles
las efímeras naves de mis rayos.
Raíces fecundas,
tus piernas se ensañan contra mis lomos
y tus pies de jíbara incansable
¡qué importa si duele o no duele!
Su espuela clavan
sobre mi espalda.
Lejos,
en ondas paralelas,
los jadeos se esparcen
remontando la simiente
y emergen las yemas vegetales
ungidas con la llovizna
ancestral de los fluidos.
Águila clavada desde mi cerviz
hasta mi grupa ¡oh, placer tan intenso!
Corriendo la vaina de los nervios,
lamiendo la nieve de los sueños.
¡Aprisiona mi ser!
¡Declara tu alma!
Transporta de tu ser lo pequeño a lo inmenso:
una sola fusión, un solo mito
desde el centro del espíritu terráqueo
hasta el índice fatal del infinito:
A orillas de los montes mudáronse mis eras
a refrescar las grietas
que fraguaron los años
¡ah, lisura de rayo de luna en las aguas!
Cuán distante ya estás:
sin llegada ni aliento,
sin regreso,
qué lejos te vas, qué lejos…