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ALHAJERO

POR: TEDORO COUTTOLENC MOLINA

EL CORALILLO.

Jugábamos en el patio de la casa de mis abuelos. Era grande y en él había dos árboles de ciruela amarilla, un moral, dos pochotes, tres encinos, hierbazales, un pozo de agua y dos cuevas profundas, que la gente pretendió tapar con  basura y tierra. Hacia ese punto fuimos los niños. En un momento apareció un coralillo reptando frente a todos. Ellos salieron corriendo y yo permanecí de pie, mirando el cuerpo cilíndrico largo, de colores, que se movía frente a mí. Me cautivó por completo y no me moví. Pasó ante mis ojos mientras lo observaba avanzar. Me parecía una serie de pequeñas barras de lámina de colores, semejantes a los que utilizaban como manijas en las petaquillas para los niños de escuela primaria, lo cual me fascinó. Esa seducción es la única explicación que he encontrado para el acontecimiento. El animal se introdujo a la cueva y allí se perdió. Instantes después llegaron mis padres, avisados por los demás niños, y con extrema preocupación revisaron mi cuerpo buscando alguna señal de mordida o piquete, sin encontrar nada.

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